Había llegado muerto ese día. Mi mente estaba en estado basal, incapaz de cualquier interacción. Agotadísimo de todo el ajetreo, apuros, decepciones, ideas y dolores dejo mis cosas justo al lado de la entrada. Voy sacándome la ropa camino al baño. Estoy desnudo cuando enciendo la ducha, caliente casi demasiado. Así me gusta, abundante y abrasadora. El chorro de agua me deshace. Tomo la espuma de afeitar y me jabono la cara. Tomo la navaja y me afeito. Luego me enjabono entre las piernas. El frío filo entre los testículos me produce cierta desazón. Pausadamente y con cuidado termino afeitando toda mi piel. El vello sobrante cae y desaparece en la corriente. Me deshago de cejas y el vello en mi pecho, piernas y brazos. Lampiño, limpio cierro el agua caliente sólo para lavarme con agua fría. Toda la piel desnuda y contraída. Como si fueran cristales de hielo.
Me sacudo el agua pero no me seco. Goteando entro al vestidor. Sobre una mesa redonda en un rincón está la uñeta de platino. Sin pensar la tomo y me hago una incisión vertical al centro de la frente, suficientemente profunda como para que toque el hueso. Meto el dedo medio y despacio comienzo a tirar. La piel se desgarra siguiendo la línea media, dividiendo la mitad de mi nariz, separándose, rodeando los labios y volviéndose a encontrar. Con la otra mano ayudo a estirar la otra mitad. Sigue desgarrándose en total equilibrio a través del mentón, cruzando el cuello en verticalidad perfecta, dividiendo el pecho en mitades idénticas hasta detenerse en el ombligo. Tiro la cara y el resto de la piel de la cabeza hacia atrás como una capucha. Me desprendo de la piel de los hombros y parte de la espalda y despellejo los brazos, arremangando todo hasta abajo. En la torpeza dejo caer la uñeta. Me enredo con tanta piel suelta. Además que las palmas están muy pegadas y el dorso está sujeto con las uñas, así que me toma más tiempo. Cuando finalmente logro sacarme los guantes, empujo el resto del overol de pellejo tomándolo del borde de la cintura a través de las caderas hacia abajo. Para hacer las cosas más fáciles, tiro del prepucio soltando lo necesario. Los glúteos y las piernas son simples, los pies engorrosos. Finalmente mi piel cae abierta como un libro de sangre. La extiendo sobre el suelo. La estiro de cuerpo entero, tratando de plancharla con las manos. La doblo con precisión y la guardo en un pequeño cofre rectangular.
Comienzo a desgranar mi cuerpo como un rosario. A esta hora, finalmente ya no me es útil. El silencio es un bloque sólido. Sin muchas reverencias abro el armario de metal. En su interior penden cientos de ganchos y garfios de distintas formas y tamaños. Comienzo a descolgarme los músculos uno a uno y a colgarlos en sus respectivos lugares. Desprender los tendones de las apófisis es relajante. Mi esqueleto lentamente comienza a soltarse en las articulaciones. Desenredar los vasos sanguíneos y los nervios es lo más delicado. Debo tener cuidado con los órganos sujetos a los músculos para que no se caigan. La lengua la cuelgo en un garfio justo en la mitad del armario.
Con manos huesudas desprendo los órganos y los guardo. Cada uno en una vasija de alabastro. Los colores varían según el órgano. Aquellos que eran órganos gemelos poseen vasijas casi idénticas, como los testículos o los riñones. La traquea, los bronquios y los pulmones en cambio los suspendo dentro de una jaula de vidrio. La madeja de capilares, vénulas y arteriolas crece a medida que mi tronco se va vaciando. Sobre una tarima, una decena de botellas de cristal de diversas formas reciben cada una de mis glándulas. Las suprarrenales dentro de dos botellas rojas.
El corazón me lo saco con mucho cuidado porque suele enredarse con el entorno. La telaraña de los vasos sanguíneos se libera enorme cuando se deja caer. Toda la vida sosteniéndose lánguida del músculo que corona el amor. Despacio y con una rotación en el eje termino con todo en un ovillo silencioso. Sin decir nada coloco todo ese enjambre sanguíneo en un saco de terciopelo negro. La sangre tendrá que quedar huérfana, porque la médula ósea se guarda con los huesos. Con los ojos fríos, sin querer me topo con mi reflejo en la pared. La luz tropieza conmigo. Bajo la mirada con un poco de pena. Tanto sin hacer que ya no se hizo. Arrogancia, todo es vanidad dijeron entre las luces. Perdón por todo. Con la jaula de mi pecho vacía es más fácil dejar ir.
Tengo que acercarme más al espejo para descocer mi cráneo. Es muy raro verse tan desnudo. Ligeramente inclinado y con los ojos hacia arriba mirando mi coronilla, desenredo el frontal de los dos parietales y después estos entre sí. Me acerco a la cajonera de los huesos y los guardo. Elongo un poco para aumentar el relajo de las articulaciones y el distanciamiento entre la mayoría de mis huesos. Me siento increíblemente liviano. Suelto la muñeca. Sin pensarlo mucho agarro firmemente el cerebro y lo arranco de un tirón, la medula espinal lo sigue. Puedo sentir como los nervios se meten en mi espina por entre las vértebras y salen por el cráneo, arrastrando ganglios y todo. Con cuidado y sin enredarlo me acerco al tanque cilíndrico lleno de un líquido transparente y lo ahí lo sumerjo. Todo queda flotando como una medusa. Justo antes rescato las dos glándulas restantes y las coloco junto con en resto de las botellas. La pineal en una esfera de oro en cambio la hipófisis en una lágrima de plata.
Vuelvo a acercarme a la cajonera de ébano. Primero dejo los dientes. De los 32 espacios 4 quedan vacíos, son las perdí en el camino. Luego al lado de los otros 3 que ya había colocado, fui guardando el resto de los huesos del cráneo. Luego las costillas, cada una al lado de su par. El esternón al final. Metatarsos, tarsos, las piernas completas. Cada hueso lustrado y aceitado antes de guardarlo. Así debería haber sido. Pero estaba cansadísimo y nunca me han gustado mucho los adornos. Con todas sus marcas por el uso, así son encajonados. Las caderas y todas las vértebras, desde la cola al atlas. Cada cajón del tamaño preciso. Me descuelgo los brazos. Guardo los otros huesos del hombro, luego ambos brazos. Me desprendo de las falanges una a una, los huesos de la palma y finalmente como cuentas deshiladas, los carpos en sus respectivos cajones.
Lo último en guardar, los ojos. Cada uno dentro de un huevo. El izquierdo en un huevo de cuarzo y el derecho en un huevo de obsidiana. Todo se vuelve negro y me duermo. <><
Me sacudo el agua pero no me seco. Goteando entro al vestidor. Sobre una mesa redonda en un rincón está la uñeta de platino. Sin pensar la tomo y me hago una incisión vertical al centro de la frente, suficientemente profunda como para que toque el hueso. Meto el dedo medio y despacio comienzo a tirar. La piel se desgarra siguiendo la línea media, dividiendo la mitad de mi nariz, separándose, rodeando los labios y volviéndose a encontrar. Con la otra mano ayudo a estirar la otra mitad. Sigue desgarrándose en total equilibrio a través del mentón, cruzando el cuello en verticalidad perfecta, dividiendo el pecho en mitades idénticas hasta detenerse en el ombligo. Tiro la cara y el resto de la piel de la cabeza hacia atrás como una capucha. Me desprendo de la piel de los hombros y parte de la espalda y despellejo los brazos, arremangando todo hasta abajo. En la torpeza dejo caer la uñeta. Me enredo con tanta piel suelta. Además que las palmas están muy pegadas y el dorso está sujeto con las uñas, así que me toma más tiempo. Cuando finalmente logro sacarme los guantes, empujo el resto del overol de pellejo tomándolo del borde de la cintura a través de las caderas hacia abajo. Para hacer las cosas más fáciles, tiro del prepucio soltando lo necesario. Los glúteos y las piernas son simples, los pies engorrosos. Finalmente mi piel cae abierta como un libro de sangre. La extiendo sobre el suelo. La estiro de cuerpo entero, tratando de plancharla con las manos. La doblo con precisión y la guardo en un pequeño cofre rectangular.
Comienzo a desgranar mi cuerpo como un rosario. A esta hora, finalmente ya no me es útil. El silencio es un bloque sólido. Sin muchas reverencias abro el armario de metal. En su interior penden cientos de ganchos y garfios de distintas formas y tamaños. Comienzo a descolgarme los músculos uno a uno y a colgarlos en sus respectivos lugares. Desprender los tendones de las apófisis es relajante. Mi esqueleto lentamente comienza a soltarse en las articulaciones. Desenredar los vasos sanguíneos y los nervios es lo más delicado. Debo tener cuidado con los órganos sujetos a los músculos para que no se caigan. La lengua la cuelgo en un garfio justo en la mitad del armario.
Con manos huesudas desprendo los órganos y los guardo. Cada uno en una vasija de alabastro. Los colores varían según el órgano. Aquellos que eran órganos gemelos poseen vasijas casi idénticas, como los testículos o los riñones. La traquea, los bronquios y los pulmones en cambio los suspendo dentro de una jaula de vidrio. La madeja de capilares, vénulas y arteriolas crece a medida que mi tronco se va vaciando. Sobre una tarima, una decena de botellas de cristal de diversas formas reciben cada una de mis glándulas. Las suprarrenales dentro de dos botellas rojas.
El corazón me lo saco con mucho cuidado porque suele enredarse con el entorno. La telaraña de los vasos sanguíneos se libera enorme cuando se deja caer. Toda la vida sosteniéndose lánguida del músculo que corona el amor. Despacio y con una rotación en el eje termino con todo en un ovillo silencioso. Sin decir nada coloco todo ese enjambre sanguíneo en un saco de terciopelo negro. La sangre tendrá que quedar huérfana, porque la médula ósea se guarda con los huesos. Con los ojos fríos, sin querer me topo con mi reflejo en la pared. La luz tropieza conmigo. Bajo la mirada con un poco de pena. Tanto sin hacer que ya no se hizo. Arrogancia, todo es vanidad dijeron entre las luces. Perdón por todo. Con la jaula de mi pecho vacía es más fácil dejar ir.
Tengo que acercarme más al espejo para descocer mi cráneo. Es muy raro verse tan desnudo. Ligeramente inclinado y con los ojos hacia arriba mirando mi coronilla, desenredo el frontal de los dos parietales y después estos entre sí. Me acerco a la cajonera de los huesos y los guardo. Elongo un poco para aumentar el relajo de las articulaciones y el distanciamiento entre la mayoría de mis huesos. Me siento increíblemente liviano. Suelto la muñeca. Sin pensarlo mucho agarro firmemente el cerebro y lo arranco de un tirón, la medula espinal lo sigue. Puedo sentir como los nervios se meten en mi espina por entre las vértebras y salen por el cráneo, arrastrando ganglios y todo. Con cuidado y sin enredarlo me acerco al tanque cilíndrico lleno de un líquido transparente y lo ahí lo sumerjo. Todo queda flotando como una medusa. Justo antes rescato las dos glándulas restantes y las coloco junto con en resto de las botellas. La pineal en una esfera de oro en cambio la hipófisis en una lágrima de plata.
Vuelvo a acercarme a la cajonera de ébano. Primero dejo los dientes. De los 32 espacios 4 quedan vacíos, son las perdí en el camino. Luego al lado de los otros 3 que ya había colocado, fui guardando el resto de los huesos del cráneo. Luego las costillas, cada una al lado de su par. El esternón al final. Metatarsos, tarsos, las piernas completas. Cada hueso lustrado y aceitado antes de guardarlo. Así debería haber sido. Pero estaba cansadísimo y nunca me han gustado mucho los adornos. Con todas sus marcas por el uso, así son encajonados. Las caderas y todas las vértebras, desde la cola al atlas. Cada cajón del tamaño preciso. Me descuelgo los brazos. Guardo los otros huesos del hombro, luego ambos brazos. Me desprendo de las falanges una a una, los huesos de la palma y finalmente como cuentas deshiladas, los carpos en sus respectivos cajones.
Lo último en guardar, los ojos. Cada uno dentro de un huevo. El izquierdo en un huevo de cuarzo y el derecho en un huevo de obsidiana. Todo se vuelve negro y me duermo. <><
4 comentarios:
Con este fue muy distinto. Si bien es bastante similar en la crudeza, no me perturbó tanto como su espejo. En este caso, noto una ausencia de sadismo (o al menos un sadismo disminuido) en el narrador. Es más cansancio lo que lo impulsa. Me llama mucho la atención lo de los elementos escogidos para guardar los ojos. Alguna luz al respecto??
Excelente trabajo señor.
Me parece extraña la menera de ver una muerte (sera por mi creencias religiosas que me prohiben abrir mi cabeza). Senti q el morir es colgar tu cuerpo como si fuera un trje q ya esta usado. De a poco me voy sacando la ropa interior y mis interios. Al guardarse en ebano me imagino mi ataud y poniendo mis ojos en huevos me da la esperanza de volver a nacer y ver otra vida.
Concuerdo con Sirkonio q este relato espejo es menos sádico q el primero. Por otro lado, me parece tb q eso mismo le da un sabor más Cartesiano, en el sentido de q el cuerpo aparece simplemente como un instrumento escindido del yo y q en principio no hay ninguna parte q sea indispensable a la identidad última. Esto llevado al extremo en este relato produce una sensación de incoherencia lógica q se acopla maravillosamente con el repudio visceral q produce la descripción tan detallada de la autoflagelación. Y sin embargo, la doctrina cartesiana es dominante en la cultura popular. Llevar esa equívoca posibilidad conceptual a su extremo genera una sensación de confusión y sobresalto inesperada. La verdad q me saco el sombrero profe Pez. Pocos post me han producido una emoción tan nítida y acentuado. Una joyita.
Este lado nunca contemplo ser sádico. De hecho ojala que no diera nada de asco, incluso mas formal. Es entretenido porque hasta cierto punto los comentarios son los reflejos del blog. creo que concuerdo con todos. la gracia es que las distintas ideas llegan por distintas personas. incluso el tema de donde se guardan los ojos, anonimo tiene razón dr. sirkonio, es la idea de renacimiento. En fin muchas gracias por los comentarios, me alegro que haya funcionado. vuelvo a repetir, es infinitamente grato tener este espacio para jugar. gracias a todos los pcs y salutes a dr. hans. nos leimos.
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